La fe como proceso de vida y el Reino como experiencia desde lo simple.
Domingo 13 de junio
Domingo undécimo del tiempo ordinario
Ciclo B: San Marcos 4, 26-34
Seguimos avanzando en este caminar litúrgico, ya en el domingo XI del tiempo ordinario, después de haber celebrado con alegría tres importantes fiestas: Pentecostés, la Santísima Trinidad y Corpus Christi; el Espíritu que anima y fortalece, un Dios que nos llama a vivir en comunión y que con su vida nos invita a la donación de la nuestra.
Hoy la liturgia nos presenta este hermoso pasaje con dos hermosas imágenes que utiliza Jesús para hablarnos del Reino de Dios. En primer lugar, nos habla de aquella semilla sembrada y de todo su proceso de vida: germina, crece, da fruto; brotan los tallos, la espiga y luego los granos. Pero todo ello sin que el sembrador sepa cómo, o en realidad sabe cómo pero no participa ni interfiere en ese proceso. Y así es como el Reino de Dios se va manifestando en la vida de cada uno, con tiempos y formas distintas, ningún proceso de vida es igual a otro, ni ninguna experiencia de Dios es igual a otra. ¿Cuántas veces nos hemos angustiado porque aquellos que están a nuestro al rededor no viven de la misma manera la fe como nosotros? ¿Cuántos papás sufren por ver que sus hijos no viven la fe como ellos? Quizás nos hemos planteado de mala forma la tarea, la parábola solo dice que el sembrador sembró la semilla y espero pacientemente que diera sus frutos. Esa es la gran tarea. Preocuparnos de provocar esa experiencia de Dios, que la semilla que vamos dejando en el corazón de quienes nos rodean son semillas de amor, de misericordia, de bondad, de paz, de justicia, en otras palabras, semillas del Reino de Dios. Este año en que el Papa Francisco nos llama a profundizar en el documento Amoris Laetitia, en el cual resalta el papel de las familias en la tarea de provocar esa experiencia de fe en los niños y jóvenes, trabajemos incansablemente por dejar en el corazón de todos, familias, lugar de trabajo, comunidades y sociedad entera, aquellas semillas de amor que en los procesos de vida de cada uno, y cada uno a su tiempo, irán dando frutos, pero no darán frutos si no nos ocupamos en dejar esa huella en la vida de todos. No forcemos los tiempos, más bien provoquemos la experiencia, y dejemos a Dios actuar en la vida o procesos de vida de cada uno.
Un segundo elemento que nos agrega Jesús es comparar el Reino como un pequeño grano de mostaza que llega a ser un gran arbusto que cobija a muchos. Aquí nos da la respuesta Jesús de cómo provocar esa experiencia. Muchas veces pensamos en grandes cosas, en grandes actividades apostólicas o misioneras, que cada una de ellas tiene su riqueza, pero en el grano de mostaza está expresado el deseo de Dios de valorar las pequeñas cosas, los pequeños momentos, que son muchas veces los que más marcan la vida de todos. Es solo que cada uno recuerde su historia. Jesús nos invita a poner atención y valorar esas pequeñas cosas cotidianas, donde compartimos la vida, donde se expresa el amor, donde vivimos gestos de perdón y de encuentro, donde logramos hacer presente a Dios en lo cotidiano de la vida (bendición de los hijos, acción de gracias por los alimentos, encomendarse a Dios cuando salgo o vuelvo a casa, etc). Es lo simple y pequeño lo que marca, lo que se vuelve un tesoro de nuestra vida y que comienza a dar frutos porque es tanta la alegría que nos provocan esas experiencias que deseamos compartirlos con otros, empezamos a sentir a Dios en lo simple en lo cotidiano y se transforma en una experiencia de Dios que llena la vida, que la calma y fortalece. Valoremos y descubramos aquellas pequeñas cosas de nuestra cotidianidad que podemos transformarlas en grandes experiencias de Dios y su reino.
Aprovechemos de elevar una acción de gracias a Dios por todos aquellos hermanos que, desde su sencillez y simpleza, con su testimonio de vida silencioso dejaron en nosotros una gran huella, marcado por el amor que nace de Dios y se encarna en nosotros y nos hicieron presente ese Reino de Dios, Reino de amor, justicia, paz y perdón.
Que nuestra Madre del Perpetuo Socorro, que en su silencio de Madre supo acompañar a su Hijo Jesús, ella también nos ayude y anime a trabajar silenciosamente y desde lo pequeño por hacer presente el Reino de Dios.
P. Javier Riquelme Aguayo, misionero redentorista, Valparaíso